La costura es una herramienta de independencia para las mujeres en Ecuador

Por Ana Cristina Alvarado
Periodista de estilo de vida
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Las ganancias por la venta de prendas de vestir y lencería de hogar fueron el principal ingreso de la familia de Lorena Picho en la navidad de 2020. Su esposo se había quedado sin trabajo durante la pandemia y ella, que en el 2017 aprendió corte y confección, cosió calentadores y cojines navideños. Con esto alivió en algo los gastos del hogar, tras meses de inactividad comercial debido a la emergencia sanitaria. 

Lorena es una de las beneficiarias del programa Mujeres Confeccionistas (link), de la tienda departamental De Prati (link) en alianza con la Fundación Acción Solidaria. A través de esta iniciativa, 732 mujeres de las zonas vulnerables de Guayaquil, Quito y Manta han recibido capacitación de confección básica, desarrollo de productos y comercialización.  El curso es gratuito y dura 10 meses. Las clases de la última promoción fueron impartidas siguiendo las medidas de bioseguridad necesarias para evitar contagios.

La iniciativa de De Prati es especialmente relevante en el mundo actual. De acuerdo con la encuesta al consumidor en el 2018 realizada por Fashion Revolution. “El 72% de encuestados dijo que las marcas de moda deberían mejorar la vida de las mujeres que confeccionan su ropa, zapatos y accesorios”, En este caso las beneficiarias no son trabajadoras de la tienda, por lo que el impacto trasciende las fronteras de la empresa.
La educación y el aprendizaje de oficios aumenta la empleabilidad de las mujeres y su capacidad de emprender. De esta forma, pueden proveer a sus hogares y contribuir al desarrollo de sus comunidades. Al final, también ganan independencia.

“Los ingresos de las mujeres aumentan entre 10% y 20% por cada año de educación que reciben. Este aumento de ganancias puede ser el factor que saque a las familias de la pobreza, ya que las mujeres reinvierten el 90% de sus ingresos en sus familias (50% – 60% más que los hombres)”, se lee en la entrada Empoderar a mujeres a través de la educación y el emprendimiento reduce la pobreza, publicada en la página web de la ONG The Borgen Project.

Los ingresos de las mujeres aportan más a prevenir la desnutrición y deserción escolar que los ingresos de los hombres, de acuerdo con Gabriela Montalvo, Economista e Investigadora sobre las relaciones entre Economía, Cultura y Género.

“Es importante ganarnos nuestro dinero, no debemos depender de un hombre, debemos independizarnos”, dice Carolina Ipaz, otra beneficiaria del programa.

Antes de seguir el curso de costura, Lorena vendía periódicos en la calle. “Era duro. Tenía que ponerme en la esquina y vender a los taxistas. A veces había personas que se pasaban, porque uno tenía que estar con licra y camiseta y pensaban que uno es de otro tipo”, dice en relación al acoso sexual que vivía.

Lorena se enteró del programa Mujeres Confeccionistas a través de una conocida. Conversó con su esposo e hijo; al inicio tuvieron dudas, porque no creían que sería posible acceder a un curso de forma gratuita. Sin embargo, fue a la sede de la fundación en Quito y después de una entrevista fue admitida. “Siempre estuvo Lucy explicándonos todo por igual, siempre tuvimos una maestra y una amiga que nos dio todo lo que ella sabe”, cuenta.

Dedicarse a un oficio tiene mayor valor agregado, es decir, hay más ganancias, que dedicarse al comercio informal, explica la economista. “Siempre que estás más capacitado tienes un activo. Eso es bueno, porque se queda en las mujeres”, agrega.

Al finalizar el curso, Lorena arrancó con su pequeño emprendimiento. Al inicio hacía licras para niña y sudaderas con capucha. Trabajaba junto a otras dos compañeras, en la casa de una de ellas que tenía todas las máquinas necesarias. Vendía los productos afuera del Centro Comercial de Mayoristas y Negocios Andinos, más conocido como Cablec, en el sur de Quito.

La llegada de la pandemia fue un golpe para ella, su esposo y sus cuatro hijos. Lorena perdió a su padre, quien se empeoró de un cáncer de próstata que padecía. También se murió su abuela y su suegra. Por los confinamientos, tuvo que dejar de producir, ya que no podía ir ni a la casa de su compañera ni a la Fundación para acceder a las máquinas. “Cuando cosía tenía para ayudarle a mi padre. Durante las cuarentenas no tuve economía para llevarle a un doctor particular”, se lamenta.

Una vez que la ciudad se reabrió, Lorena regresó a trabajar a la Fundación Acción Solidaria, donde no le cobran por usar las máquinas y a donde también puede llevar a su hija pequeña, de ocho años. En un contexto en el que a nivel global, una de cada tres confeccionistas ha enfrentado acoso sexual en su lugar de trabajo, de acuerdo con Fashion Revolution, está agradecida por trabajar en un entorno seguro para ella y su familia.

A su regreso, la Fundación entregó capital a las emprendedoras. Empezaron a confeccionar camisetas, pijamas, camisas, entre otros. Para la temporada Navideña elaboró cojines navideños, calentadores y también camisetas. Su esposo, quien solo tiene un trabajo en las madrugadas, aprendió a dibujar y cortar. También le ayudó a transportar y a vender la mercadería en Cablec o Sangolquí.

En este año, Lorena está percibiendo alrededor de USD 200 al mes por la confección y venta de prendas. Aunque el monto se ha reducido en relación a los meses prepandemia, “es una gran ayuda y un aporte a nuestras familias”, asegura.

Este tipo de capacitaciones tienen efectos positivos en la autoestima de las mujeres y en la economía, ya que siempre que se aumenta el número de mujeres ocupadas —no necesariamente empleadas—, la economía crece, de acuerdo con Gabriela.

En cuanto a la autoestima, cuando las mujeres salen de su espacio familiar y de sus responsabilidades domésticas para hacer algo en beneficio propio y encontrarse con otras mujeres, ganan confianza para enfrentar situaciones de violencia. Además, aprender un oficio tiene un impacto en su autovaloración. “Saber que son capaces de crear algo las pone en un mejor lugar. Eso es parte de lo que se conoce como procesos de empoderamiento”, dice.

Las beneficiarias del programa sueñan con consolidar sus emprendimientos. “Tengo claro a donde llegar, quiero realizar mis propias prendas. Ser proveedora. Quiero explotar el potencial que estaba guardado en mí y sacar adelante mi empresa”, concluye Carolina.

En contexto

Alrededor del 75% de trabajadores de la confección en el mundo son mujeres, de acuerdo con la organización no gubernamental Care. En Ecuador, 21 569 mujeres (70.7%) y 8 921 hombres (29.3%) estaban empleados bajo la actividad económica Fabricación de prendas de vestir, excepto prendas de piel. Los datos son del INEC y corresponden al 2019.