La naturaleza compleja de lo local

En los últimos años ha sido emocionante ser testigo de cómo surgen y florecen los medios de moda, arte y cultura quiteños. Las propuestas musicales y cinematográficas nos hablan de la autenticidad de nuestro paisaje, son el retrato fiel de nuestras fibras culturales, mientras que, detrás de las propuestas vibrantes y frescas del diseño independiente se construye un medio más sólido y diverso.Se transparenta frente a nosotros el proceso de creación y sus actores, sabemos bastante bien de lo que estamos formando parte. Así apoyar lo local convierte el consumo, ciego e irreflexivo en un acto íntimo. Nuestras identidades colectivas, nuestros ideales personales se pueden manifestar en lo que decidimos consumir.

 Apoyar lo local es reconocernos como seres despiertos frente aquello que pasa en nuestro entorno. Instagram, los bazares y las tiendas promocionan un catálogo diverso de ideas locales e innovadoras. Pero es importante entender que nuestra atmósfera quiteña refleja la complejidad de nuestra sociedad. No es nada nuevo, para nadie que existen en Quito, incontables tonos y matices que componen la palabra local; muchos de ellos se distinguen sobre todo en las brechas socioeconómicas. Somos conscientes de todos los beneficios individuales y colectivos que abarca incentivar lo hecho aquí. En Quito, esa conciencia inherentemente implica salir a caminar por las calles dispuestos a ser sensibles y perceptivos hacia totalidad de nuestro entorno.

Hay negocios que carecen de espacios en redes sociales, venden cosas sencillas, de uso cotidiano, y están reservados para las veredas. Sin tiempo para fijarse en los principios estéticos con los que presentan su marca, inventan estrategias de marketing ingeniosas. Las “Seños” y las “Caseritas”, por ejemplo, modulan sus tonos de voz, son ocurridas a la hora de inventar apodos para su clientela, y lucen sus sonrisas implacables.

Impulsar lo local es también hacer un ejercicio de conciencia social profunda. En noviembre empecé a buscar entrevistas con:  vendedores de legumbres, carameleros, dueñxs de micronegocios  que consideraba, se merecían más reconocimiento en mi entorno social,  intrigada por aprender de su experiencia cotidiana y su estilo de vida. Conocer su historia fue conocer la historia de personas inteligentisimas, dulces y conversonas sujetas a espacios poco acogedores.

 

Emprenden largos viajes durante la madrugada desde sus casas, les toca ser fuertes, cargando en brazos sus negocios ambulantes. Entre desalojos de sus espacios laborales, los comentarios, las miradas hostiles y condescendientes dirigidas a ellxs por “molestar,” no pertenecer, ellxs son resilientes, venden sus frutas, sus chicles o sus cigarrillos aguantando. La amabilidad excepcional no se les diluye a pesar de ni siquiera contar con protección contra el sol penetrante y el clima volátil de Quito. Es claro que su  labor es, por decir lo menos, ardua. 

Los comerciantes independientes que ejercen su labor en las calles son parte integral de nuestra comunidad. Sus ganancias diarias y sus condiciones laborales dependen en gran medida de la manera en la que son recibidxs por su entorno.  Apoyar lo local es sobre crear tejidos sociales más recios, saludables, y justos. Si somos conscientes podemos visibilizar, reconocer e impulsar a personas cuyo esfuerzo y carácter es desproporcionado frente al escaso crédito que se les atribuye.