28 May El Arrebato de Carolina
Hace algunos meses me cambié de casa. Tenía muchos sentimientos encontrados y a la vez mucha emoción por explorar una nueva etapa de mi vida. Recuerdo bien el día que encontré mi departamento, un momento lleno de la emoción del hallazgo y el alivio de encontrar un lugar bien ubicado y sobretodo amplio, pero entre todo eso, en seguida surgió una gran pregunta ¿cómo voy a llenar este espacio?
Busqué mueblería en varios lugares, boutiques, algunas tiendas y mercados. Nunca imaginé que ese sondeo sería igual o más extenuante que aquel para encontrar departamento. Me dejé impresionar por los precios y los diseños que se encuentran en el mercado. Claro, hay muebles increíbles, pero que no me cabe en la cabeza que su precio sea casi igual al de un pasaje a Nueva York, y también hay otros muy económicos que podrían tener un poco más de diseño, pero no.
Con un poco de tiempo para recorrerme Quito y armada de mucha paciencia, logré llenar poco a poco los espacios que me interesaban. Sin embargo, debo decir que me quedé con el mal sabor de que en la ciudad no contemos con suficiente oferta para escoger, decidir, variar… hasta que conocí el Arrebato.
¡Cómo no lo encontré antes! Es algo que ni mi bolsillo ni yo lo perdonamos. Muebles únicos, mobiliaria personalizada, diseños reinterpretados, precios sensatos. Eso, en esta ciudad, es oro. Así que pensé que podría haber alguien en búsqueda de muebles y visité a Carolina Iturralde en su estudio para contarles lo que es el Arrebato.
La encontré en una terraza llena de color, con una puerta labrada lista para trabajar y muchas pinturas que la rodeaban. Ahí nos sentamos a conversar con una taza de té. Todo esto del Arrebato le surgió de una manera muy natural y espontánea. Ella era joyera y su padre Roque Iturralde ha trabajado con muebles por muchos años. Un día, su tío les pidió dar vida a un mueble de su hacienda que lo sentía triste, y de no tener color pasó a ser amarillo y azul. El mueble adquirió otro semblante y con eso, el oficio de Carolina también. Vio que tenía talento para transformar
Comenzó por visitar chatarrerías y recolectar mueblería olvidada en casa de sus amigos o familia. “Había maravillas, siempre encontraba cosas que por ahí estaban en un rincón y eran perfectas para trabajar”.
Su padre fue su compañero, ese apoyo permanente que le ayudó a comenzar. Con él conoció cómo trabajar las piezas, juntos buscaron un lugar para instalar el taller. Pasaron por Tanda, por el Centro Histórico, hasta que llegaron a un spot en la Martín Utreras y Mariana de Jesús. Desde la fachada se puede notar que no es un lugar convencional, por donde sea que lo vean, todo está lleno de vida, colores, formas, texturas y frases que te recuerdan la esencia de lo que ahí se construye día a día. El taller alberga muebles olvidados a la espera de una nueva vida útil, junto a aquellos que antes nunca existieron y empiezan a tomar forma por primera vez (bajo pedido). “Lo mejor es que más que hablar de una restauración es una reinterpretación. Lo que más nos importa es poder decir que un mueble con nosotros realmente toma vida”.
Para lograrlo, Carolina ha trabajado muy de la mano con su padre, colaboradores de pintura, carpintería e incluso ha aprendido caligrafía para poder dejar mensajes en sus obras. Frases sencillas que muchas veces vienen de libros, amigos o experiencias propias y que pueden arrancar una sonrisa o un suspiro. La estancia en ese lugar se siente como estar en casa, por el ambiente, el lugar, los colores, pero sobre todo por la calidez de un espacio con vida propia.
Así, desde una terraza de Quito Carolina le da alas a su Arrebato.