08 Abr Legados que permanecen sin herederos
Mi abuelito se llama José Carlos Mariano Alta Artes, nació en la comunidad de Santa Barbara – Cotacachi, aún vive ahí. Es kichwa, tiene 84 años. Es casado con la abuelita Carmen Perugachi. Desde niño aprendió algunos oficios como la agricultura, a elaborar alpargates, a tejer tela en calloa, coser y a vivir en comunidad. Fue dirigente, alfabetizador, catequista, etc. Es unx de lxs ancianxs más respetados del sector. A el acuden para consejos, pedir la bendición o una limpia de mal viento. Hoy en día junto con mi abuelita, aún trabajan y cuidan la tierra, y crían animales; así se auto abastecen. Diariamente sus actividades empiezan 5:30 a.m y terminan cuando el sol se esconde.
El tejido y la costura forman parte de la vida de mi abuelito. De niño su padre le enseñó a tejer telas en calloa, telar de cintura. Ya no realiza este tejido desde hace años. Otra de sus actividades desde su infancia ha sido elaborar alpargates. Aprendió siendo niño con un mashi (señor-amigo) de la comunidad de Topo, que queda unos minutos arriba de Santa Bárbara. El mashi le enseñó a tejer los alpargates y a cambio mi abuelo le llevaba cabuya. Este trueque que realizaron el mashi y mi abuelo, es uno de los valores inculcados en nuestros pueblos, la reciprocidad.
El tejido es una cuestión cultural y milenaria. Sabemos que nuestrxs abuelxs tejen porque sus taitas y mamas les enseñaron, y ellxs porque también se lo transmitieron. Así han han sobrevivido estos conocimientos. El tejido del alpargate, como muchos tejidos tradicionales, son de origen orgánico, de elementos naturales al alcance. Parte de la filosofía de nuestros pueblos es sustentase de la tierra, estudiar el producto y utilizar aquellas partes que sean aptas y el resto se devuelve a la tierra.
Del penco verde se obtiene la cabuya, en las comunidades siempre está al alcance. Para ser cabuya el penco es procesado. Se cosecha la planta en su estado óptimo, se saca la corteza, se seca, se obtienen las fibras, se las lava, seca y peina. Peinadas las fibras, se las trenza. Con la cabuya trenzada se hace la plantilla. Se enrolla la trenza y se le da forma con golpes de piedra redonda de río y costuras. Al abuelito le lleva dos horas y media este procedimiento. Años atrás el abuelito procesaba el penco para obtener cabuya, hoy debido a sus años lo compra.
El hilo de algodón es de origen vegetal. Con él se realizan el manto y las taloneras. El manto cubre los dedos del pie. Al hilo de algodón se debe engrosar, para eso se tuercen dos hebras de hilo juntas. Se teje sobre una horma de madera con agujetas. Se sigue un patrón para obtener un diseño en el tejido, este puede variar. Con esta misma técnica se hacen las taloneras, que son las tiras que sostienen nuestro talón a la plantilla. Al abuelito le toma mediodía hacer el par de mantos y una hora hacer el par de taloneras. Finalmente le lleva 30 min unir las 3 partes en un total de 10h aprox, teniendo en cuenta todas las partes el proceso. Los vende en $15 dólares.
El abuelito comenzó haciéndose a sí mismo, a la familia y luego los llevó a comercializar en la plaza de ponchos de Otavalo. Antes caminaba hacia la plaza desde la comunidad, salía a las tres de la mañana para llegar entre las seis y las siete . Llevaba alrededor de cuatro a siete pares para vender, lo necesario. Hoy ya no vende en la plaza, trabaja en su taller bajo pedido, o su hija la tía Margarita, los vende en su puesto de anacos en el mercado.
Enseñó a sus hijxs para que lo ayudaran, más no continuaron la práctica, sus nietxs tampoco sabemos. En un proyecto de su comunidad, en el 2008, enseñó a tejer a miembrxs de la comuna y externxs. De este taller un mashi de la comuna de San Pedro (Cotacachi) aprendió, nadie más. No sabemos cuantxs alarpaterxs queden en Imbabura.
Son varias las razones por las que ya no se dan los contextos de aprendizaje o de sustento para elaborar los alpargates o textiles tradicionales. Las formas de vida del campo cambian con la influencia de la vida urbana. La ciudad demanda otra dinámica, otra economía, etc.
Tradicionalmente la transmisión de este conocimiento, que era por medio oral y físico, ya no se da, debido cambio de dinámicas. Es un riesgo, ya que no existen cursos en donde aprender. Lxs conocimientos se pierden con las vidas de nuestrxs abuelxs.
Otra razón es la precarización y desvalorización de los trabajos artesanales. El tiempo, experiencia, materiales, que en el caso de mi abuelo es 10h por $15 no corresponde con el trabajo que hay detrás.
La industria masiva es otro factor. Actualmente se producen alpargates industriales, a base de productos artificiales, cuestan la mitad y duran más. Por tanto los alpargates tradicionales dejan de ser consumidos y se convierten en un oficio insostenible.
Estas son algunas razones, de muchas, por las que están en peligro nuestros conocimientos ancestrales. El conocimiento de mi abuelito, como el de muchxs otroxs taitas y mamas, es de una riqueza infinita, guarda la sabiduría y técnicas de nuestra historia. De cómo se sustentaban, de su relación con la naturaleza, lxs otrxs y consigo mismx.
El abuelito al hacer alpargates tradicionales hace resistencia cultural. Gracias a la lucha de siglos que tienen nuestros pueblos, estos conocimientos han llegado hasta nosotrxs, pero al no continuar practicándolos van desapareciendo. Queda en nosotrxs proteger estos conocimientos. ¿Cómo? Aprendiéndolos, si es posible priorizando la compra artesanal y pagando lo justo. Difundiendo su existencia, generando consciencia al entender de dónde vienen y cómo construyen nuestra identidad.